BÁRBARA

Bárbara es alegre, entregada, divertidísima. Es ejemplo.

Bárbara es mi madre. Y es el origen de este proyecto. Un día sacó sus manteles bordados de un cajón repleto y empezó a explicarme de dónde había salido cada uno. Me contó emocionada, que cuando tenía 13 años empezó a bordar en el colegio de monjas de su pueblo. “Me acuerdo de lo agradable que era el ambiente dirigido por Sor Aurora la persona que además de enseñarnos a bordar también nos orientaba en el camino de la vida para ser buenas personas. Admiro su capacidad de dar ayuda, cariño y bondad durante tantos años, además de ser muy divertida y cariñosa.” Poco después, conocí a Sor Aurora, una mujer de más de 80 años que abrazó con ojos llorosos a mi madre cuando la volvió a ver después de 10 años.

Mi madre nació en Montefrío hace 65 años, un pueblo precioso de Granada. Es la hermana mayor de once. Su familia era muy humilde y no podían permitirse pagar las clases de bordado. Recuerda cómo su tía Maria Antonia y su abuela Catalina lo hicieron posible. “Tengo un recuerdo de complicidad entre mi tía Maria Antonia y mi madre para que pudiera ir a estas clases”. Con trece años, después de hacer todas las tareas de la casa, de cuidar a sus hermanos y hermanas, consiguió un espacio donde dejar a un lado las obligaciones. Y fueron precisamente esas clases de bordado. Allí conoció a sus amigas y explica que esas clases, “también me daban la oportunidad de ver al chico que me gustaba”. Resulta que para llegar hasta el colegio de monjas donde bordaba, tenía que pasar por una plaza, donde estaba él. Y resulta también que él, es mi padre. El bordado, para mi madre, fue una vía de escape, de desconexión de la vida doméstica y conexión con el mundo exterior.

A los 16 años tuvo que emigrar, como tantas otras. Viajó en una furgoneta con su madre recién parida de su última hija, su padre y sus 10 hermanas y hermanos 900 km hasta llegar a Santa Perpètua de Mogoda, un pueblo de Barcelona donde, a día de hoy, seguimos haciendo crecer la familia.